
Envueltos en la modestia de nuestra narrativa, debemos volvernos reverentes hacia la abundancia de la plástica ecuatoriana y dejar hablar a los gigantes que nos representan en el mundo a través del manejo magistral de la forma y el color. Ellos se manifiestan, ante todo, en la profundidad de su obra, en ella es donde dicen. Insuflar un contenido, un “mensaje”, a una creación es muy difícil, porque en la enorme mayoría de los casos el producto queda girando en torno de la idea externa, con desmedro de la calidad estética. Es entonces que hablamos del “panfleto” en literatura o del “cartel” en plástica… Se requiere enormes condiciones de maestría para no caer en esas condiciones. La semana pasada hablábamos en esta columna de George Orwell, el escritor cuyas obras son a la vez rotundos manifiestos a favor de la libertad y obras maestras de la literatura, casos así son raros pero existen. En la pintura tenemos grandes ejemplos en Goya, en los muralistas mexicanos… La plástica ecuatoriana, tan fértil en talentos, produjo también maestros que lograron transmitirnos grandes ideas a través de grandes obras. No se puede negar, por ejemplo, la eficacia “ideológica” de la Escuela Quiteña. El siglo XX está marcado en nuestro país por el indigenismo y el arte de contenido social, con figuras del tamaño de Camilo Egas, para solo mencionar uno.
No es que sean demasiados los gigantes, tampoco, cada generación produjo un escaso puñado, pero en esa sucesión se ubica a plenitud indiscutible Oswaldo Viteri. Prolífico, energético, incan sable, se apresta a cumplir su octava década de vida pintando con el vigor de un veinteañero, con lo añadido, no por los años, los años de por sí no dan nada, sino por una trayectoria de inclaudicable, honestidad y amor a la vida. Así lo encontramos en su muestra Los desastres de la guerra, actualmente expuesta en el Museo de Arte Colonial de Quito (la referencia goyesca del título no es accidental). Y aquí volvemos al tema inicial. Viteri tiene la maestría suficiente… el genio, no me contengo en decirlo, como para hacer un manifiesto pictórico de fuerza excepcional a favor de la paz y de la libertad.
Esos montones de cadáveres, crudelísima carroña, en tonos estremecedores… Esas variaciones sobre el tema de Cristo muerto, la víctima inocente por antonomasia, (Viteri es un cristiano andino, con todo lo que estos términos conllevan)… El dolor y la degradación del éxodo, el destierro es atroz, pero permite seguir vivo y puede ser visto con colores más amables. El desolado patetismo del prisionero en huelga de hambre… ¡que tiemblen los tiranos ante los pinceles! El artista llama a la “globalización de la paz” y dice que sus obras se refieren a los sucesos del siglo pasado. Pero no me parece una lamentación, ay, me parece una profecía. La opresión, el hambre, la injusticia, transpusieron junto con la humanidad el umbral del milenio y siguen aquí, con ellas vendrá “la incestuosa guerra”… a menos que se impongan la visiones generosas y humanistas como la de este pintor en su llamado a la justicia bien entendida, a la libertad y la fraternidad.
Imagen: Dos obras de la serie Los desastres de la guerra, oleo sobre lienzos de Oswaldo Viteri (Ambato, 1931-Quito, 2023) Publicado originalmente en Diario El Universo el 5 de julio de 2010
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