La toma de una capital es un objetivo simbólico y estratégico. Normalmente, a la ocupación de la cabeza de un país, de una civilización, sigue el derrumbe completo. Hay razones más allá de lo meramente simbólico para llamar “la capital del mundo” a Nueva York. De allí la obsesión con esa gran urbe, como lo demostraron los ataques del 9/11. Sumida en una crisis excepcional, la mayor ciudad de Estados Unidos enfrentará una decisiva elección de alcalde, en la que quien lleva las de ganar es un joven candidato de origen indio, nacido en Uganda, de religión islámica chiita, con un programa socialista populista muy audaz. La poco acertada política del gobierno de Trump alienta este tipo de aventuras.
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Imagen: Poder, óleo sobre lienzo de Edward
Bruce (1879, Dover Plains, New York-1943,
Hollywood, Florida)

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