Anselmo o la mesura

JADA baja
Publicado originalmente en Diario El Universo 
el 23 de febrero de 2013

Tras leer una breve historia de la aviación decidí emular a los hermanos Wright, inventores del avión, o por lo menos a Otto Lilienthal, el fabricante alemán de planeadores. Construí algo así como un biplano cuya deriva podía moverse con un volante que saqué de un carro de pedal. La noche en que concluí la construcción de mi máquina voladora, nos visitaba el periodista y escritor Jaime Dousdebés, conocido con el pseudónimo de Anselmo Cantillana. Mi proyecto aeronáutico era muy ecuatoriano, es decir que preparé el evento de presentación sin probar si el artefacto volaba. Por eso entregué al visitante una de las invitaciones manuscritas al «primer vuelo del Quilico I» (habría sido exagerado llamarlo Cóndor por lo que opté por el nombre de un halconcito).

Al día siguiente para mi sorpresa apareció Anselmo rodeado de muchos niños, parientes y vecinos suyos, a los que había convocado para que espectasen mi hazaña aviatoria. Jamás pensé que un señor mayor hubiese tomado tan en serio una mera fantasía infantil, entonces yo tenía no más de siete años. Presionado por la gran cantidad de público… unos quince muchachos que exigían el pronto decolaje de la aeronave, me lancé sentado al comando del Quilico I desde una semi terraza de algo más de un metro de altura. El fuerte golpe no tuvo consecuencias, a pesar de que quedaron expuestos los largos clavos con que había ensamblado gruesas tablas y troncos en un aparejo muy poco apropiado para volar.

La anécdota retrata la generosidad que siempre tuvo conmigo Cantillana, quien durante décadas, a través de su columna del diario El Tiempo, sentó cátedra de buen decir y rigor intelectual. Su espléndido manejo del castellano en su obra periodística y literaria valió que lo hicieran académico de la lengua. Mi primer cuento (absurdo) lo sometí a su criterio hace 45 años. Escuchó con paciencia y comentó con sapiencia, tratando de no apagar una incipiente vocación literaria con el inevitable señalamiento de errores. Otra vez, sin mediar motivo, llegó a casa con un lote de libros que mí adolescente descuido impidió conservar, recuerdo uno sobre momentos estelares de España y una biografía de Carlos V. Su españolismo era integérrimo y profundo. Oyéndolo hablar o leyéndolo supe de Unamuno, Ortega y Gasset, y de su amigo Julián Marías. Así me interesé en leer a esos pensadores. Siempre me animó a volar, nunca a quedarme a ras del suelo. Cada vez escribo para esta columna, pienso que puedo hacerlo gracias a su estímulo y ejemplo, que le agradezco en esta semana en que celebra su nonagésimo primer cumpleaños. En estos mismos días una joven poeta ha puesto a mi consideración un libro que piensa publicar. Apelo al ejemplo de Anselmo para poder hacerle comentarios que al mismo tiempo corrijan e incentiven. La mesura en la crítica es una virtud que debería cultivarse en todos los campos de la actividad humana, en las artes, en los negocios y, por supuesto, en la política.