Para muchos los llamados paraísos fiscales son reductos en los que empresarios, rentistas y cosas peores van a esconder lo que saquean en sus países; infames guaridas en las que no se paga impuesto sobre la riqueza y las rentas. Se atribuye al príncipe Rainiero de Mónaco el haber dicho que los paraísos fiscales existen porque existen “infiernos fiscales”. ¿Qué son estos? Fácil definirlos: países en los que los niveles de imposición y de inseguridad fuerzan a sus residentes a buscar refugio en un paraíso fiscal.
Es verdad que en los paraísos se pagan impuestos muy, muy bajos, pero ese no es su principal atractivo. Son países que han convencido a los depositantes e inversionistas de que sus bienes serán respetados, que las reglas no cambiarán cada año, en síntesis, que son seguros y estables. Según ciertos organismos los paraísos fiscales se dividen en “cooperativos” y “no cooperativos”. Los primeros comparten información sobre los fondos invertidos en sus territorios. Los segundos se niegan a proporcionar datos a policías, servicios de inteligencia y agentes tributarios de otros estados.
Recientemente el Servicio de Rentas Internas del Ecuador anunció una lista de 89 países a los que se considerarán “paraísos fiscales”. Llama la atención el abultado número, que excede al de organismos tan exigentes como la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Si en el mundo hay unos 250 estados y territorios, resulta que uno de cada tres ha sido paraíso, lo que sería curioso. También se incluyen en esa recopilación a dos repúblicas hispanoamericanas: Panamá y Uruguay. No han faltado voces que se han levantado molestas en Uruguay por esta calificación. Por su parte, Panamá tiene una Ley de Retorsión, por la cual puede aplicar el mismo tratamiento que le dan países que lo discriminan por sus liberales leyes tributarias.
Pero no es nuestro propósito pedir que se revise o derogue la lista del SRI. Vamos más allá. Ya que estamos en tiempos de propuestas, la nuestra sugiere convertir al Ecuador en paraíso fiscal, porque hay que tener en cuenta que los paraísos (como su nombre lo indica) son países muy ricos, de hecho, el más rico de todos (según el Banco Mundial), Luxemburgo, es uno ellos. Habrá que suprimir los impuestos directos y muchos indirectos. Y más importante que eso: habría que incrementar la seguridad jurídica y hacer un esfuerzo para que la comunidad internacional nos crea que vamos a respetar las reglas. Tardará algún tiempo, puesto que una república en la que las constituciones duran menos de diez años en promedio, no genera demasiada confianza. El Estado ecuatoriano tiene la suerte de poseer recursos naturales, como el petróleo, de los que puede obtener recursos para gastos sociales, sin espantar a los inversionistas.
Seríamos un paraíso fiscal medianamente cooperativo, que no compartiría información con países y organismos multinacionales para propósitos tributarios. Pero sí colaboraríamos en lucha contra el crimen y el terrorismo. Si no lo hiciéramos así terminaríamos siendo el paraíso de las FARC, en el que los bandoleros vendrían a lavar su dinero proveniente de la extorsión, el secuestro y el narcotráfico. Y eso tampoco.
Publicado originalmente en Diario El Universo
el 3 de marzo de 2008
Imagen: El jardín de las delicias,oleo sobre tabla
de Jeroen Bosch, llamado El Bosco (1450-1516)
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