Limitless

retro-limitless-movie-poster-new El fin de semana pasado vi el filme Sin límites (Limitless, título original). No es la película del año, ni la del mes, ni siquiera de la semana. Le pongo 4,5 sobre 10. Sin embargo, su tema sugiere muchas reflexiones, por eso apena que el argumento no se resuelva con más solvencia. El protagonista de la historia es Eddie Morra, un escritor al que no le llega la “inspiración” y, por tanto, no escribe, a pesar de haber recibido un adelanto por un libro. Pero se encuentra con su cuñado quien le regala una dosis de una droga que le permite acceder a todas las posibilidades de su cerebro. Así recuerda todo lo que ha visto y oído en su vida, y puede ordenarlo adecuadamente. Termina el libro a velocidad increíble. Pero necesita más de la sustancia maravillosa denominada NZT. La muerte de su cuñado le permite hacerse de una cantidad enorme del fármaco, sigue tomándolo y se enriquece en pocas semanas, en medio de una truculenta historia policial. La película concluye con Eddie candidato a senador por Nueva York.

 

Este no es un trabajo de crítica cinematográfica, por eso no discutiremos detalles artísticos, ni siquiera los de una penosa actuación de Robert De Niro. Vamos a los aspectos ideológicos que hacen que el largo metraje sea, a pesar de sus defectos, sugerente. La idea de una pócima mágica que nos haga todopoderosos es antiquísima. La promesa que subyace en toda droga es la omnipotencia, que no es la capacidad de lograr cualquier cosa sino, ante todo, es la posibilidad de lograr cualquier propósito con un esfuerzo mucho menor al que normalmente exige. Para ganar cuarenta millones de dólares es preciso trabajar duro, digamos, durante cuarenta años, ser omnipotente es ganarlos de un solo toque en tres meses. El borracho o el que actúa bajo el efecto de la cocaína, creen que puede conquistar a cualquier persona hoy mismo. El ludópata confía en hacerse millonario en una sola noche de casino.

En el fondo del problema de todas las drogas está el poder. Por eso la droga por excelencia es el poder mismo. Quien empieza a consumirlo termina haciéndose adicto, porque logra con unas palabras, con una firma, con un gesto, cosas que al resto de los mortales le cuestan años de esfuerzos y desvelos: lujos, esbirros, dinero, mujeres, hombres… El poderoso termina creyendo que el poder reside en alguna característica intrínseca suya y piensa que lo merece todo. No hay límites. El envés de esto es que necesita cantidades crecientes de la perversa poción. Cratomanía se ha llamado a esta adicción, que como todas trae efectos secundarios, entre otras, un deterioro de las funciones cerebrales. Como lo han visto, los ebrios consuetudinarios, los multiadictos, los erotómanos, lo pierden todo, hasta la vergüenza. Además, las adicciones no sólo dañan al enfermo que las padece, sino que afectan a su familia y a su entorno. En ese sentido la cratomanía es la peor de todas, porque si alguien que la padece se hace con el poder supremo, terminará destruyendo a un país entero.

Publicado originalmente en septiembre de 2011 en Diario 
El Universo