Otra vez escribo sobre vieneses. Más preciso: sobre judíos vieneses que vivieron la experiencia de la desaparición de su país, cuando la Alemania nacionalista socialista se incorporó Austria en el proceso denominado Anschluss. Esta ligera reiteración no es coincidencia sino analogía, porque desde la madrugada del 16 de febrero de 2012 ya no tenemos república. Bueno, ya no la teníamos, sino que recién en esa fecha nos dimos cuenta de que había desaparecido. El día 22 se cumplieron setenta años de la muerte de Stefan Zweig y de su joven esposa Lotte, más bien de su elegante salida de este mundo mediante suicidio.
En casa de mis padres se admiraba a rabiar a Stefan Zweig, sobre todo como biógrafo. Teníamos ejemplares de Fouché, La curación por el Espíritu, María Antonieta, María Estuardo y Magallanes. También alguna de sus novelas, concretamente, Piedad peligrosa. Después de haber tenido enorme popularidad, hacia los años sesenta del siglo pasado el escritor cayó en el olvido, por no decir en el descrédito. Recuerdo a un librero que intentaba disuadirnos con vehemencia de comprar sus obras. Esta injusta postergación se ha superado en la última década. Se lo edita y lee mucho, porque tiene mucho que decir en esta época.
Los nazis quemaban sus obras en Alemania, mientras ganaban influencia en Austria, país que en 1934 abandonó para siempre. Luego de vivir algunos años en el Reino Unido deambuló por América, buscando dónde establecerse, decidiéndose al fin por Brasil. Las victorias alemanas en la Segunda Guerra Mundial lo afectaron. Esta sensación se complicó tras la entrada de los países americanos en la guerra. Decidió dar el fatídico paso. A su muerte dejó un documento, titulado en portugués Declaraçao, pero escrito en alemán, que termina: “considero lo mejor, concluir a tiempo y con integridad una vida, cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto.”
Se criticó esta decisión. En opinión de su colega Thomas Mann, fue como un regalo a los nazis, que habrían querido quemarlo. El acto desesperanzado de un hombre que no pudo resistir la prueba de la duda. En su último libro El mundo de ayer hace una apasionada defensa de la idea de Europa, incluso pone el subtítulo Memorias de un europeo. Su concepto de Europa coincide prácticamente con el de Occidente. Y en este momento en el mundo lo que está justamente en juego es la posibilidad de Occidente. El 16 de febrero aquí tal posibilidad perdió una batalla. No es coincidencia, por tanto, es absolutamente coherente, que el régimen en política internacional se haya alineado con las peores dictaduras, con los Estados que representan la barbarie y la opresión, con los que constituyen la negación de la razón y del derecho, los que bien se dicen antioccidentales.
No quiero ser impaciente, Lotte.
Foto: Stefan Zweig y Lotte Altmann en su lecho de muerte
Publicado originalmente el 27 de febrero 2012 en Diario
El Universo
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