A principios de los años setenta en Madrid, un estudiante ecuatoriano nos contaba en su “piso” de un barrio popular, que la zona era bastante segura. Pese a la fea apariencia de la vecindad, decía que era posible que una chica llegue sola a las dos de la mañana. Atribuía esta tranquilidad a los “serenos”, que eran unos vigilantes pagados comunitariamente para cuidar una calle y prestar ciertos servicios. Se parecían, en algo, a los “rondas” de Quito, que intentaban cuidar los barrios de la capital ecuatoriana haciendo sonar un lánguido silbato (¿cuándo desaparecieron los rondas de mi ciudad?).
En comparación con sus congéneres andinos, los serenos madrileños eran muy eficaces. La diferencia estaba en la íntima imbricación de éstos con la Guardia Civil y otras entidades policiales del franquismo. No bien sucedía algo extraño, la policía se personaba allí con una celeridad inexplicable, normalmente notificada por el sereno de la cuadra. Esto valía para las riñas conyugales o para aquellos que observaban conductas raras, como llegar sistemáticamente tarde a su casa, lo que podía significar que estaba envuelto en un adulterio o en una organización política clandestina. No era raro que un trasnochador sea interrogado por las autoridades sobre su inusual horario. Si no tenía a mano una buena coartada, ya se sabía donde iba a parar para recibir un trato nada cariñoso.
En una reunión un embajador ecuatoriano se hacía lenguas de las bondades de la revolución cubana, entre cuyos logros mencionaba que la gente dejaba las casas sin candado. Le interrumpió un poeta para decirle que en Haití, en donde estuvo en misión diplomática, bajo la dictadura de Francois Duvalier ocurría la misma cosa, gracias a las Milicias Voluntarias de la Seguridad Nacional, es decir los temidos y aborrecidos Toton Macoutes, de los que se decía que contaban entre sus filas a centenares de zombies. Lo grave estaba en que al ser voluntaria, esta esotérica milicia debía vivir de la extorsión. Y es que el abuso ha sido siempre la contracara de la “seguridad” impuesta por estos cuerpos represivos informales.
Los latinoamericanos ya deben dejarse de veleidades sesentistas y han de comenzar a mirar a la dinastía Castro como lo que es: una tiranía más de las que han asolado los distintos países del subcontinente. Fidel Castro es un Porfirio Díaz tropical, un Duvalier vestido de verde olivo, un Trujillo con nociones de marxismo. No hay diferencias sustanciales que ameriten ponerlo en otra canasta que no sea la de la basura. Sus realizaciones han sido pobrísimas, magnificadas por la propaganda y resonadas por la ignorancia y la novelería. Los ecuatorianos hemos constatado el bajo nivel de los tan alardeados sistemas de educación y salud cubanos en el triste desempeño de médicos cubanos llegados a nuestro país.
El 3 de junio de 2009 la Asamblea General de la OEA, reunida en San Pedro Sula, levantó las sanciones que excluían al régimen cubano de esa organización. Fue producto de las veleidades soberanistas y otras sandeces en las que son pródigos los políticos latinoamericanos. Los Estados Unidos tuvo en esa reunión una desatinada posición, no oponiéndose activamente a un despropósito que se tomó invocando ¡los derechos humanos, la democracia y los principios del derecho internacional! El régimen castrista no se había movido un centímetro de sus posiciones totalitarias como para ser premiado de esa manera, y luego se rió de la resolución tomada por los atolondrados cancilleres, afirmando que, a pesar del perdón y olvido que le otorgaban, no iba a entrar en un ente tan tenebroso como la OEA. Toma… pero no importa, ya no nos duele, al entonces Secretario General, el patético señor Insulza, el teniente coronel Chávez lo insultó como a perro y luego corrió a Caracas a lustrarle los zapatos. La cara de vaqueta es condición esencial para hacer carrera política en esta región.
Basado artículos publicados originalmente en Diario
El Universo el 07-09-2009 y el 12-03-2012
Imagen: Hombre lobo. (Grabado anónimo del siglo XIX)
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