Está establecido que todo tipo de adicciones tiene origen en determinados desarreglos químicos en el sistema nervioso. Parece que las sustancias llamadas neurotransmisores y la estructura cerebral denominada “sistema mesolímbico de recompensas” juegan un papel clave en el desarrollo de este tipo de trastornos. Se ha comprobado que las adicciones de conducta, como el vicio del juego o ludopatía, y las de consumo, como el alcoholismo y la narcodependencia, provienen de los mismos factores. También hay certeza de que en estos desarreglos hay un componente genético de naturaleza hereditaria.
De manera sencilla podemos decir que los neurotransmisores provocan estados de ánimo y sensaciones agradables, cuando reciben ciertos estímulos, estos pueden ser las drogas o las conductas excitantes. Esa transacción determina el fenómeno de recompensa o gratificación que lleva a la adicción. Hemos conversado con muchos adictos rehabilitados, son seres admirables que se conocen muy bien y saben de las trampas de su enfermedad. Una significativa parte de ellos dice que, tras dejar las drogas, el alcohol o el juego, observan en sí mismos una inclinación a la impuntualidad sistemática y cierta necesidad de siempre trabajar “bajo presión”. Es evidente que necesitan el impulso químico que la situación límite les provoca.
En este país parece haber una alta incidencia del gen de la adicción, hay estudios sobre el tema y nos basta caminar por las calles de Quito para comprobarlo. Esto probablemente explica esa coincidencia entre las tendencias al alcoholismo y a la impuntualidad, que afectan a nuestra población. Como colectividad necesitamos de estímulos fuertes para actuar y hemos desarrollado toda una cultura para sostener estas inclinaciones.
Nos preguntamos: ¿explican estos mecanismos la irrefrenable tendencia al caudillismo, que puede ser populista o no? Lo planteamos debido a que es obvio que no podemos enfrentar el hecho político sin caudillos que con sus discursos emotivos, actitudes histriónicas, agresividad y otras conductas excitantes, nos remuevan la dopamina cerebral o cualquier otro neurotransmisor. Está claro que un político demasiado racional, que no apele a los resortes emocionales más primarios, sencillamente, no tiene oportunidad de ganar una elección en Ecuador.
Hay otras características típicas de las adicciones que también se observan en el caudillismo, como por ejemplo la negación de las consecuencias dañinas de su elección. Otra es encontrar culpables de la adicción, en lugar de explicarla por su propia debilidad. También hay mucho infantilismo en su actitud: “quiero eso que me gusta”, sin considerar que puede ser nocivo o que no lo ha merecido.
Estas son observaciones preliminares, que requieren de un contraste científico que las valide, pero no dejan de ser muy inquietantes. ¿Pero, qué hacemos si, en efecto, se establece que somos una sociedad adicta al caudillismo? Supongo, que lo que se hace en los casos de las adicciones individuales: admitir el problema y jurar que solo por estas elecciones no se va ceder a la tentación de dejarnos llevar por líderes cuyas acciones pretenden remover nuestra química y no convencer nuestra razón.
Publicado originalmente en Diario El Universo el 17 de
septiembte de 2006
Ilustración: grabado del Compendium Maleficarun (1618) de
Francesco Maria Guazzo
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